viernes, 10 de agosto de 2007

entre la chicha y la ciudad...tres poemas de John López


Ven a ver el sol
deja ya nuestro mundo
Grupo Celeste

Esta es una actitud inconsciente,
la carga cercana de una noche
que siente demasiado río
sobre una cabellera estupefacta.

Un movimiento orgánico
sobre un sueño celeste en el cielo
y sobre el cielo un plato de estrellas.

Me pregunto sobre tu piedra solitaria y acuífera
si eres provinciano
o si te levantas con el ayuno de la lengua
sobre una sopa cambiaria en múltiples posesiones,
eso no cambia nada,
ni la bestia, ni los insectos,
ni el calambre de los ruidos
a lo exquisito de una flor cortada
que se extingue por un comienzo.

Eso me enseño a tener corazón negro y celeste
dependiendo del trabajo que caiga en los ojos
o de los viajes y su distancia.
Por ejemplo yo, el chichero José,
varón de vientos suaves
que insiste por las primaveras dentro de los parques
de los muebles vehiculares
sobre la esperanza atrasada del sonido
o de los seres alojados sobre una cabeza musicalizada
por un ritmo popular.

Este es mi ritmo,
la risa vertical de las bestias,
lo tardío de los dolores de muela
en medio de una voz demasiadamente clara.

Yo soy claro como una canción humana
que respira tranquilamente,
aún no abro los ojos,
vuelvo al mundo para recuperar mi nombre, mi biografía
y el viaje que hago, llego aquí,
distingo vagamente las rayas que dibujas en la ventana,
con tu sombra más oscura que señala el sitio de los muebles.

Te levantas, salgo de la pieza y tomo agua.

EXPLICACIÓN PARA TEO

mi abuelo es la explicación
de volver a la voz del orden
porque despierta en los rincones
de un zapato disfuncional,
porque la humedad de su cuerpo
era la huella suave
de la sonrisa que respira
sobre el placer natural,

mi abuelo es el unicornio azul
que dio sentido
a las flores de mi madre,
sentimiento en virtud
que respira lo anterior
a los tiempos enfermos.

Teo es arte en su edad
porque agoniza en mi voz
cada vez que lo enumero,
porque bailando un fox-trot
es un sismógrafo que se esconde,

porque el miedo proclamado
en su antiguo dolor
era un herida creciente
que mordió la eternidad
cuando nadie lo anunció,

porque era silencioso
la armonía de cuerpo blanco
sobre la flor de los abismos
que eran ilusos a partir del sol.

¿abuelo, te molesta la flor?


Voy a guardar mi lamento para cuando yo este solo
“Chacalón”


un cráneo es un antecedente a la muerte, es una
vida que pesa sobre un estante en el aire.

A pesar de los momentos
de las idas y venidas de
los perros sobre un silencio estructural,
sólo quiero flotar conformado
por una mujer sola,
por alguna canción arruinada en los cerros
por alguna tarea detrás de las cortinas.

Espío la ventana iluminada,
el edificio frente a alguna sombra,
me muevo, desde aquí miro lo azulado de su interior,
ella abre el vidrio y regresa a su ir y venir,
ahora mira la televisión y me mira (supongo).
Yo me quemo los ojos como un cuadro de sombra. No aplaudo.

Me aparto del vacío y enciende su cráneo dos veces
(pequeño ruido llamado tormento)
baja las escaleras y
sonrío los dolores sobre nada diferente a los mares,
comienzo el fin en mis hombros
distingo los colores dependiendo de la costumbre
de la insuficiencia a olores extraños en un tiempo relativo a este,
parece seguirme el viaje y su distancia, exactamente
la eternidad de los seres alojados en mi cuerpo.
se aparece, me da un beso y sonríe.
John López Morales.

entre un mundo microficcionario


El Fin.

¿Esta noche? Usted esta caminando por las veredas incontables de mis sueños. Bien, ahora el amor que usted arranco, es igual al amor que usted hizo. –El fin-.



El mundo de Carpentier.

Recorriendo la extensa calle de Toulouse encontré el recurso del método. A un costado vi a Carpentier reclinado sobre la vereda, escribiendo aquel siglo lleno de luces. Tratando de volver al reino de aquél mundo, donde los pasos perdidos se hallaron desprotegidos en la guerra del tiempo...



Fin del tiempo.

Un hombre se ve al espejo, piensa que el tiempo se le esta acabando. Su piel reseca va resbalando por los interiores de su cuerpo, mientras que un olor a putrefacción se siente en su habitación. Mira a los costados, todos los ángulos están iguales, nada a cambiado, -solo su rostro-... se sienta en un rincón del cuarto… y solo espera que el reloj que marca el final de su vida se detenga...



Nada.

Un hombre circula por una franja oscura. Todo a su alrededor se encuentra en la nada, aunque el pensó ¡la nada es algo! esta nada le hizo sentir que talvez marcaría la existencia de su propia vida.
Aun así, este sujeto siguió caminando, tropezándose a la vez con su propia sombra; sus manos palpaban los costados del estrecho pasaje, aspirando encontrar algún soporte; -no encontró lo que supuestamente buscaba-, solo se hallaba perdido en un sueño.
La desesperación de aquél hombre se dilataba, arañando la oscuridad, tratando de chocar con aquel punto blanco que lo llevase al final de esta interminable nada.
-Después de mucho esfuerzo, solo encontró el desenlace de un sueño profundo-.

Juan López Morales.

dos cuentos breves para no aburrir


La suerte no es precisamente para mí

Sigo siendo medianamente joven respecto a mi edad cronológica. Son veinte años los que tengo y, siempre he dicho que la suerte es un objeto que no estaba hecho para mí. Siempre solía sentirme solo en mí propio mundo. A veces me sentaba en los bares y me ponía a pensar en algo que me pudiera reanimar, quiero decir algo que realmente me haga sentir bien, pero nunca encontré nada. Una noche del mes de octubre salí de mi departamento que me cuesta algunos cuantos soles al mes. Salí sin dirección alguna; transite por bares, veredas infestadas de mujeres, calles completamente alcoholizadas.
Busque mujeres con quienes pasar la noche. Ellas nunca voltean a mirarme, y si voltean, lo hacen con miradas de aburrimiento. Calladas frente al espejo del bar, fuman unos cigarrillos tan largos como mi desesperación. En un principio no sabia cual escoger, si la mujer blanca con grandes piernas que le estallaban desde sus vestidos, o la mujer morena que usaba brillantes tacones que me hacia ver como un pitufo entre sus piernas. Sentadas ahí, tentaban todas mis ganas de escoger a las dos, pero solo tenía dinero tan solo para una. Tal vez a la otra me la agarraría otro día de febril aburrimiento. Escojo a la mujer blanca con grandes piernas y, dejo a la morena para otro día. Nos sentamos en medio de todas las mesas. No pronuncie ni una palabra. Solo miraba sus tremendas piernas. Sentados ahí, ella me dijo: “me aburres”, entonces entro otro galán y se marcho con él. Siempre supe que me podía pasar una de esas cosas. Ya tenia el presentimiento que pronto llegaría un cruel desprecio. Algún día tenía que derribar a uno de esos jodidos, pero era difícil tener demasiada valentía para enfrentar a estos tipos.
Escuchando las risas pavorosas y perturbantes de las mujeres, veo mi reloj y son las seis de la mañana. Al fondo del bar se escucha una canción que sale de la vieja rocola de los años sesenta. Era la voz de uno de esos tipos de la nueva ola.
A veces me preguntaba cuántas cosas maravillosas me estaba perdiendo. Realmente me he perdido de muchas cosas. Trato de ser conciente de mi fealdad, pero me es difícil dejar de ser un idiota más en medio de la calle llamada perdición.

Juan López Morales



Vesania

Otra vez me sentí como el idiota de la clase cuando me sacaban desnudo al patio de la escuela cada vez que crucificaba la imagen del profesor de literatura en medio de burlas desenfrenadas. Era inevitable el tener que mantener mi boca cerrada. Siempre tenía algo en que contradecir al profesor y, eso era una ofensa contra su dignidad como maestro.
Después de cualquier castigo que se me era impuesto por el profesor y sobre todo por la madre directora del colegio de monjas donde estudie tres años de mi vida, me volvía a sentir como el idiota de la clase. Por supuesto muchas veces trate de quedarme un momento en silencio. Ignorado salía por medio de las filas inalcanzables de alumnos. Arrastrando la vergüenza que se me escurría entre los pantalones color rata. El profesor de literatura y la madre enfilaban sus carros en el estacionamiento trasero del colegio. La madre fumaba. El profesor tosía y reía a la vez. Trate de alejarme de ellos, pero fue inútil. Ambos me decían: -tú te lo búscate, ahora jodete-. Intente seguir a paso largo al automóvil, pero se largaron y, no me dieron tiempo de gritar.
Para olvidar, y dejar de sentirme como el único invecil que era parado desnudo frente de todos los alumnos, intente beber del trago amargo de mi propia derrota frente al profesor de literatura y la madre directora. Sentí que había sufrido un jaque mate perpetuo. Una pieza del ajedrez que había sido derribado tantas, pero tantas veces que ya no me daba ganas de hablar y de reír de la cabeza crucificada del profesor.
Después de mi último día en el patio, han pasado ya más de diez años y, aun recuerdo la mirada de la madre con su cigarrillo y, la cara del profesor que me decían: -tu te lo búscate, ahora jodete-
Decido detener mi auto frente al colegio. Saco la botella de vino a medio llenar y lo lanzo con tanta fuerza que rompí uno de los vidrios del colegio. Me quede estático un momento. Vi que la madre salía con tanta prisa que casi se clavo sobre el pavimento húmedo por la lluvia. Intente reír pero solo dije: - usted se lo buscó, ahora jodase-. La madre solo dijo: -López, es usted-. Arranqué cuidasoamente mí auto y salí rumbo a mi cuarto de alquiler. Volteo por última vez y, me recuerdo en medio del patio de la escuela.

Juan López Morales.

Decierto de poemas...dos poemas de César Panduro


Océano

Una ballena salta del mar a mi cama
acuesta el agua y los peces
de su cuerpo
en el papel de mi almohada.

Las
Olas de sus dientes muerden mi cuerpo
sus ojos en marea duermen lentamente
hasta ser la niña que vino del mar
a dormir en mí.

Su enorme cuerpo ha dejado
un espacio para mí.
La abrazo y mojo mis manos en el mar
respira y la brisa rompe las ventanas
y se esconde en todas las paredes
de mi casa.
Mi casa es un Océano.
Mi boca quiere besar
su boca,
pero ella teme que sus olas rompan mi muelle.

Quiero dormir en su cuerpo
acostarme junto a los peces y el agua
que corren por sus cauces
abrirle los ojos y mirarle el sol.
pero ella es del mar y respirar su agua
me llenaría de sal el corazón.

Ella sigue acostada en mi cama
ha pintado de azul las paredes blancas
y ha hecho de mi cama una isla
en el océano que hizo al respirar en mi casa.
Reflejos

No me miro a los espejos
los espejos me miran a mí.
Prefiero mirarme en el agua
ahí no tengo arrugas, y
mi rostro tiembla como una estrella.
En el agua mi piel no tiene huellas
y comprendo tanto de la vida,
y se que es frágil
que se puede romper al contacto
con la piedra más pequeña.
en los espejos no se puede mirar al sol
Y la cintura de la luna no entra en sus marcos
mi cuello no alcanza su dureza
mi cabello es una sabana que me cubre
en el agua soy un paisaje
una onda que estalla como una mariposa
un tronco de tela
en los espejos soy un recuerdo
al apagarse la luz.
César Panduro (del poemario "Algo de cierto". Ica seleccion poetica.Lustra editores)

Maro...tres poemas de Dalía Espíno




Todo Lima – New Cork

Míro tu cordel como océano que viene y va.
Y tú te vas, dejando el polvo que a veces nos
da fiebre
el verde que no da miedo
los amigos desequilibrados
la mirada colgada de la madre,
nos vamos todos contigo.
Lima no es Lima sín ti.



Los aviones

Lloro tu nombre en la ciudad sin luz
no me alcanza tu impresión de la Av. Free Way para encenderla


En el camino solo hay mar, sal
ojeras rosas de una tarde perdida
los aviones que abrazan los deseos
los aviones que te llevan
tus ojos de avión
tu corazón en un avión

En diciembre el camino es una nube
la herida solar que se posa en la azotea
los aviones que abrazan los deseos
los aviones que te llevan
tus ojos de avión

tus ojos
alguna vez fueron mí piel
el cuaderno naranja que cuelga de mi sombra.



Medea

“Pero en mis decisiones
impera la pasión,
que es la mayor culpable
de los males humanos”
Eurípides, Medea


El gato espera sigiloso ronronear
ya el verbo no sueña más a encontrarse
basta solo el papelito azul
que te imagina inconclusa besando
los labios de los ebrios
que el río deja y ahoga
Estas tres últimas cuadras sin mirar atrás
sin siquiera distraerse con el viejo loco del
parque
con la humedad acumulada en los bancos
con las paredes prohibidas de tristeza
sólo tú mi muchacha alucinada
sola tú, Medea



Dalía Espíno Vegas. (del poemario "Maro".Avqui Ediciones. Lima. 2007)

dos poemas, dos...


I

Yo soy la quinta estación
la que conjuga el calor el frío
y tus besos amargos en un madero.
Soy la de mirada anónima
la que camina en la metrópoli
olvidando los árboles y los campos
de los cuales vino girando con el viento
como amapola de danza rota
y color ausente.
Soy la subdiosa exhausta de todos los días
la que por las noches derrama su corazón en una copa
para beberla y continuar siendo sangre
o para mojar los dedos
y pintar de nostalgia los muros de mi guarida.
No habrá primavera para ser feliz
tampoco un verano para arder en la cúpula del cosmos
no habrán otoños para envejecer
ni inviernos para arrancar el calor de mi cuerpo.
Sólo existiré yo
la estación que no existe
en los doce meses del año.
Seré la de clima desconocido
y ubicación fantasma en tus mapas.
Seré para siempre
el tiempo estancado
en mi tiempo interior.

II

Obsesionado contemplo
tu rostro enmarcado por la lluvia.
Le sonrío al viaje prometido
al abandono de mi lugar inhóspito
y a tus cuencas vacías al final
de mi caminata insomne.
Busco la pradera en la oscuridad de tus matas
la he buscado siempre
abriéndome espacios y sobreviviendo
a la desdicha de mi vida anclada
en pueblos fantasmas.
Camino en un camino escarpado
resistiendo el filo de las piedras en mis pies descalzos
y la inclemencia del vendaval en mi piel herida.
Vivo sin vida entre la ciudad y la lluvia
contemplo de nuevo tu secreto
en los nubarrones últimos de la tormenta
pienso en la tristeza de la primera estación
y la insoportable nostalgia que se avecina.
Es entonces que
comprendo la opacidad de mi follaje
me obsesiono con tu máscara hueca
la amo más de la cuenta
/ viendo en ella mi destino /
y le hago un rincón
a la posibilidad suicida de mis invernaderos
a mi estática tempestuosa y múltiple
y a los salones desiertos que se inundarán
con mi marea escarlata.


Christian Ahumada Heredia (Chimbote)

un cuento interiorizado


TEOREMA DE LA VISTA

Es todo un espectáculo verte sentada allí, con tu formal uniforme de trabajo, y tu seriedad habitual, tal vez distinta a tu verdadera forma de ser. Sentí el flechazo desde el primer momento. Sólo bastó la peculiar belleza de tu rostro para dejarme con los ojos desmesuradamente abiertos. No lo notas, por supuesto: tu mente está inmersa en otro mundo y no te percatas de los miles de ojos que se pasean a diario por tu cuerpo. Aunque me resisto a creer que no te das cuenta del estremecimiento que produces en los demás. No es para menos: eres una chica bastante singular: aquí en Chimbote muy pocas tienen ojos verdes, y nuestra piel es bronceada, un tanto oscura, muy distinta a la claridad de tus playas. Al menos a mí me has sorprendido. Tengo que esperar mi turno para poder intercambiar palabras contigo, igual que el resto de tus clientes. Suele haber momentos que se sientan mujeres frente a ti, o parejas, y de seguro no sabes si acuden en plan de trámite o en otro tipo de planes. Si fuera tú desconfiaría hasta del señor que ahora está frente a ti, diciéndote sabe Dios qué cosas. Ya debiste darte cuenta de los estragos que produces a tu alrededor; aunque, quién sabe, entre tanto ajetreo tu sentido de la percepción puede que se haya alterado. ¿Quién lo sabe? Sólo tú. En estos momentos, lo único que se me viene a la cabeza es tu imagen frente a la mía en medio de este escenario vacío, sin ejes ni cerraduras, sin hombres ofuscados de terno azul y chicas displicentes que merodean por los alrededores, subiendo y bajando las escaleras como si algo se les hubiese perdido. Ya lo imagino (me excita de sólo pensarlo): mis labios buscando con lujuria a los tuyos, mis manos en un loco afán de deseo, inspeccionando tus piernas tibias, tratando de sacar de tu boca una confesión un poco más real, aquélla que se oculta detrás de tus ojos. Casi tengo la certeza de que, en el fondo, los hombres últimamente te han decepcionado de manera olímpica. Y no te culpo: también hay ciertas personas que han dejado en mi vida algún sabor amargo. Me gustaría hacer todo lo que se me viene a la mente de una vez, frente a todos y frente a todo; pero no sé cuál sería tu reacción. De repente no te atreves a despertar aún tus verdaderos instintos. Yo ya lo hice, y no es tan malo, créeme. Lo único que fastidia de verdad son las miradas inquisidoras que se estampan sobre ti. Sin embargo, si existe una unión, creo que podríamos superarlo. Lo imagino, repaso esta escena miles de veces, y para mi desgracia, no consigo aún hacerla realidad. Si el mundo pensara como pienso, sería diferente. Pensar y verte en estos instantes es mi único consuelo.
El señor de cabello engominado y barba rala de hace unos momentos se ha levantado de su asiento. Ahora es mi turno. Me levanto de la butaca –sudor frío mirada que tiembla-, doy unos breves pasos –tus ojos me miran: es la oportunidad: debo decírtelo-, me siento delante de ti, en ese escritorio de caoba que se interpone como una gran barrera y, con el corazón en las manos, sólo se me ocurre contemplarte unos segundos y preguntarte, en voz baja, qué es lo que necesita una chica como yo para adquirir un préstamo del banco.

Christian Stephen Ahumada Heredia