viernes, 17 de octubre de 2008

Narrativa andina


Algo menos que un perro

Sócrates Zuzunaga Huaita

El primer recuerdo que tengo de él son sus ojos acuosos atiborrados de paisajes e inclemencias, su boca desdentada y babienta que dejaba escapar gemidos de perrito desvalido, su sombrero gastado y sucio por cuyos agujeros asomaban los pelos de su coronilla como rebelde ichu de puna... Aún me parece estar viéndolo avanzar como un perro apaleado, arrastrando esas sus piernas torcidas e inservibles, ofreciendo a todos esa su expresión de infinito desamparo, aplastándose contra los rincones de la calle...

Desde la plaza del pueblo hasta el principio de la calle principal empezaba a salir la gente para verlo. Entre ellos el taita cura, chismoso y novelero como nadie, bajaba las escalinatas de la iglesia, ostentando su impecable sotana blanca, abombando el vientre, acomodándose los anteojos. “Es un pecador –decía-. Por eso, Dios lo castigo”. Y afloraban las murmuraciones del resto: “¡Dirás nomás, pendejo! ¿Acaso no se cruzó en tu camino?”.

Es que ya no era secreta la cosa.

Corría el cuento de que el Satuko y el taita cura se encontraron, ambos, cara a cara, en la choza de la Constantina Quispe: el uno ingresando y el otro saliendo. ¡Y a la media noche, fíjese usted!.

Es que dizque el cholo antes fue un hombre de juicio cabal, un cholo del carajo, con todas sus pertenencias corporales y mentales puestas en su debido lugar. Y, encima, con una pinta que para qué le cuento. Habían cholas que no podían resistir el embrujo de sus bigotes y su porte y su castellano bien hablado. ¿Qué hembras no pasaron por su debajo? Si hasta la mujer del gobernador mereció ese honor.

Pero, como se sabe, que nadie está libre de las ocurrencias contrarias que suceden en la vida, el Satuko tuvo la desgracia de quedar debajo de una avalancha de piedras, la vez que se construía la carretera del pueblo: quedó con las piernas trituradas y el entendimiento dislocado. Así se convirtió en un despojo humano que se desplazaba por las calles del pueblo empujando su bola de ropas viejas y demás trastos inútiles. Mismo escarabajo él, qué caray. Por lo que lo llamamos: el Akatanqa Satuko.

Algo menos que un perro, el pobre. Poquita cosa, él. Montoncito de harapos y mugre. Ojos legañosos. Sonrisa boba..

-¡Mírelo, allí está!
-¡A qué culpa estará cargando esa cruz!

Los muchachos de la escuela lo acosábamos a gritos; todos, chillando a un mismo tiempo, danzando a su alrededor, tirando de sus andrajos, arrancándole el sombrero para hacerlo desaparecer.... Venía para nosotros la obligación de permanecer adheridos a sus ojos brillantes; y él, que giraba la cabeza de un lado a otro, de rostro en rostro, como un mismo trompo...

En una oportunidad, en el calor del juego, uno de nosotros -hecho del que posteriormente nos arrepentimos mucho- le reventó un cohete en los labios, detonante que iba dentro de un cigarro. Esa vez lo vimos llorar como un animal herido, sorbiéndose los labios sangrantes, profiriendo un gemido musical, tan doloroso y triste, que nos causó horror y repulsión.

-¡Pobre Akatanqa!

Fue aún peor la vez en que se presentó el Donato Taype; borracho empedernido como era éste, se puso a hacerle blanco de sus bromas pesadas: le embadurnó el rostro con excremento humano e hizo trizas sus harapos dejándolo casi desnudo. Al final, hasta como que quiso meterle el pájaro en la boca, entre risotadas y palabras obscenas.

Nadie se atrevió a decir no a ese abuso. Las pocas voces de protesta que se dejaron oír se perdieron debajo de la risa.

Esa noche, mi madre se puso histérica cuando le conté lo sucedido.

-¡Olvídate de él! –estalló-. ¡Todos olvídense de él!
Y lloró como nunca la había visto llorar.

En esos días, pensé que ella lloraba a culpa de tener un buen corazón, encerrada en la cocina, metida entre las mantas de su lecho, dándose lástimas y rezando con profundo fervor a los santos que se velaban en el altar de su cabecera. Pensé que ella lo apreciaba sólo por aquella relación tan simple que trae consigo el ser todos hijos de Taita Dios. Más de una vez, la vi correr hacia el Satuko llevándole un poco de comida en la escudilla del perro. Hubo aún una vez en que lo cubrió con un poncho cuando lo encontró mojado por la lluvia, arrastrándose sobre el lodo de la calle, tiritando y arrimándose a las puertas....

-¡Buen corazón tiene doña Eulalia!
-¡Dizque hasta lágrimas echa por él!

Así estuvieron ocurriendo las cosas hasta que, un día, el Satuko se apareció más aplastado y encogido que de costumbre.

-¿Qué tienes, papacito?
-¿Qué te duele?

Sentado aquí, como lo estoy ahora, recuerdo mis asuntos propios y pienso en lo que ellos habrán de ser en los tiempos que están por venir. Rememoro mi infancia que llega a modo de llovizna continua y me parece estar viéndolo, señor, allicito, en ese rincón de la calle, en momentos en que nos íbamos para la escuela. Y yo que me acerco a él llevándole el encargo de mamá: un pocillo de mate medicinal que él se lo bebe con avidez.

Nadie pudo hacer nada por él.

El mal lo fue consumiendo cada día. Aumentaron sus legañas y su mugre. Sus ojos, ojos de pajarito herido, fueron extinguiéndose poco a poco.

Mi madre continuaba rezando frente al altar de su lecho.

-¡Recógelo ya, señor de los cielos!

Y una tarde, lo encontraron muerto en su covacha de cartones y esteras, más allacito de la escuela, un poco más acacito de las chacras de maíz, junto a la acequia de regadío.

-¡Vamos a verlo!
-¡Dizque está como dormido nomás!

Escapándonos de la clase, nos acercamos a su querencia. Estaba allí, tendido en su macabro silencio, sobre los cartones de su lecho, reposando en una quietud apacible, portando esos sus inolvidables ojos abiertos.....

Había bastante gente a su alrededor. Todos agradecían a la muerte por haberse llevado lo que en nosotros era una herida cotidiana. Cuando retorné a casa, encontré a mi madre llorando frente a su culpa, frente a lo que era ella sin la presencia del perdón, y me dijo:

-Perdóname, hijo mío. No debí ocultártelo. Se trata de tu padre que, al fin, ha dejado de penar...

El sol ya se estaba ocultando tras los cerros...

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SÓCRATES ZUZUNAGA HUAITA

Nació en Pausa, el 19 de octubre de l954. Es ganador de múltiples concursos literarios a nivel nacional e internacional entre los que destacan el Premio Nacional de Educación HORACIO en l994, l999, 2000, 2007 y 2008; en cuatro oportunidades el Concurso del Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas; Concurso de Cuento “Inca Garcilaso de la Vega” convocado por la Casa de España; Primer Premio de Literatura Quechua de la Universidad Federico Villarreal en cuento (2000) y en poesía (2006); Primer Lugar en el Concurso de Cuentos Infantiles en Quechua de la Asociación PUKLLASUNCHIS del Cusco en el 2000; ganador absoluto del Concurso Nacional Bilingüe de Cuentos WARMA KUYAY en el 2002; Primer Puesto en el Concurso Nacional de Cuento Infantil CARLOTA CARVALLO DE NÚÑEZ; Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuento Infantil convocado por la Editorial SAGSA y la APLIJ; tres veces distinguido en las bienales de cuento Premio COPÉ; dos veces en el Concurso de Narrativa Breve Premio ÑANDÚ; Primer Puesto en el Concurso Magisterial de Cuentos Infantiles de la SUNAT; Primer Puesto en el Concurso de Cuentos del Seminario de Animación a la Lectura Peruano-Uruguaya; Premio Especial en el Concurso literario FESTICUENTO convocado por la Municipalidad de la Molina; Mención Honrosa en el VI Concurso de Cuentos de la Conferencia Episcopal Peruana y en el Concurso de los Viernes Literarios 500; finalista en el Concurso Latinoamericano de Cuentos en Buenos Aires (Argentina), en Puebla (México), en el Premio JUAN RULFO (Francia, París) y en el Concurso de Cuentos HUCHA DE ORO, Madrid, España; últimamente fue distinguido en el Premio Internacional ARTífice de Poesía de Loja (España) por su poemario LUZ DE BARRO (2006)...Ha publicado: Con Llorar No Se Gana Nada, Florecitas de Ñawin Pukio, Recuerdos de Lluvia, Y Tenía Dos Luceros, De Junco y Capulí, Takacho, Takachito, Takachín, Taita Serapio, Tullpa Willaykuna, Zorrito de Puna, Kuyaypa Kanchariynin, Negracha, entre otros…

1 comentario:

Manuel dijo...

es pues de necesidad publica que el escritor paucino socrates zuzunaga es un hombre de temple andino, cuando en sus versos hablan del hombre andino como si fuera un personaje de muchas fuerzas sobrenaturales, alli radica entonces esa fuerza telurica del sarasara que desde el fondo de su corazon habla las necesidades humanas de un pueblo que lo vio nacer, por tanto conoci al profesor zuzunaga cuando alla por san sebastian de sacraca era pues su alumno, alli es donde entendi la sensibilidad de un escritor como zuzunaga que brega por el hombre andino, y eso lo plasma en el libro de con llorar no gana nada, gracias por darnos esa fortaleza atravez de la literatura quechua, esa que abundancia en el sur de ayacucho. gracias.