viernes, 22 de agosto de 2008

EL MISTERIO Y LA FURIA


El líder de las barras bravas se mató jugando a la ruleta rusa

Por: Luís Miranda


Misterio apoyó el revólver detrás de la oreja, tiró del gatillo y se derrumbó en la cama. “No te juegues así. Levántate, huevón”. Los cinco chiquillos que se habían amanecido con él bebiendo en su cuarto de Jesús María sintieron de golpe que el alcohol dejaba de hacerles efecto. Cuando lo levantaron vieron un charco rojo en el cubrecama. No era broma. Misterio se había matado.

Eran las 8:30 de la mañana del sábado 7 de junio de 1997. Estaban celebrando el aniversario de la Barra de Oriente. En el piso se veía restos de pollo a la brasa al lado de un par de botellas vacías de ron Pomalca blanco y un whisky James Martins. Minutos antes, Misterio había sacado del ropero su enorme Taurus calibre 38, que había conseguido hacía menos de un mes. Descargó cinco balas y las arrojó al suelo. Dejó una en el tambor. Los muchachos, de diecisiete a veintidós años, no querían mostrar miedo. En diciembre del año pasado Rukely, miembro surcano de Trinchera Norte y amigo de Misterio, se había destapado el cráneo jugando a la ruleta rusa. ¿Quería imitarlo?Misterio llevaba su foto en la billetera. En sus momentos de alcohol y sentimentalismo inevitable, la contemplaba. Tenía fea borrachera, asegura uno de sus amigos. “A ver, quién es capaz”, dijo, valentón, y se pegó el primer gatillazo en la sien. Sin bala. Él no tenía miedo, carajo. ¿Ellos sí? El arma apuntó el estómago de uno de los muchachos. Hizo click. Otra vez sin bala. Oe, loco, no te juegues así. Orgulloso de su arrojo, Misterio viró el arma contra sí mismo y apretó. El proyectil salió por el otro lado de su cabeza ¿Lo habría hecho a propósito? ¿No notó que la única bala del tambor se había acomodado para matarlo?“Su sueño de toda la vida fue tener una pistola –dice su prima Karín Angulo–. Una pistola o una moto. Le decíamos: si te compras la moto, cómprate también tu ataúd, porque, como era loco, pensábamos que se iba a matar. Pero se mató con la pistola”.
Fue un sueño que pudo comenzar cuando, en octubre de 1995, dibujando con pintura en spray las letras que anunciaban el nacimiento de la barra de Lurigancho, un sujeto que se declaraba hincha del club Alianza Lima disparó desde un automóvil en marcha y mató a Caradura, su mejor amigo, cuando en realidad el proyectil había estado dirigido a Misterio. En el ropero del cuarto que compartía con su abuela, en su casa de Mangomarca, San Juan de Lurigancho, hay una diminuta inscripción: Caradura vive en mí. Está escrita con tinta roja.
O que pudo iniciarse con un deseo de venganza, cuando luego de robarle el polo de franjas azules a un aliancista, dos meses después de la muerte de Caradura, mientras apoyaba a la gente de la Turba en Magdalena en una pelea de pandillas, se agarró a puñetazos con un policía y recibió un disparo a quemarropa. Tuvo suerte. La bala no tocó ni arterias ni huesos. Pero le quedó el dolor del maltrato en el hospital y en la delegación. Y, lo que le daba más rabia, él estaba desarmado.
La noticia empezó a correr de esquina en esquina por todos los barrios peloteros de Lima. Misterio, el presidente de la Trinchera Norte, uno de los líderes más recios y queridos del submundo de las barras bravas, se había suicidado con su propia arma. Desconcertante. Todos recordaban haberlo visto alegrón, vociferante y atareado con las responsabilidades que demanda la presidencia de Trinchera. Realizar coordinaciones con la directiva del club Universitario de Deportes, comprar pasajes para que la barra pueda viajar a provincias siguiendo al equipo crema, repartir entradas al Estadio entre los treintaiún jefes de barras distritales, visitar auspiciadores y, sobre todo, liderar el trabajo más entretenido: la organización de la barra para que sea el duodécimo jugador de Universitario, inspirarla, motivarla con palabras, cánticos y diversas sustancias antes de ingresar al estadio.
También, y ése era el fin jamás oculto de la Trinchera, preparar el frente de guerreros para golpear, patear y escupir a los hinchas de los equipos enemigos. Haciendo esto se le podía ver en su entera dimensión: era un parador nato, un cabecilla que iba a la vanguardia de su gente sin retroceder jamás, capaz de matar por su equipo, su gente, su barrio, si hubiera sido necesario. Por eso lo respetaban.
Lo recuerdo con nitidez. Nunca lo vi riéndose. Me saludó con un breve movimiento de cabeza el par de veces que me lo crucé en la antesala de la revista donde me ganaba la vida. Era pata de uno de los editores. Le respondí igual. Lo veía con más frecuencia a la puerta del edificio, en la reja de la Bolsa de Valores. Pero ahí nunca saludó. Un compañero de trabajo interpretó que él lo miraba con odio. En realidad miraba así a todos. Tenía ojos de loco. Entonces pocos sabían quién era Misterio.Dos muchachos llegaron a la sencilla casa de tres pisos en calle Los Keros de Mangomarca a dar la mala noticia. La familia se quedó muda. ¿Se había matado? Desde que tienen memoria, tía y tío Angulo Marchand sólo habían recibido quejas de su hijo adoptivo y sobrino. Lunas rotas, muros pintarrajeados, fugas del colegio, broncas, rebeldía, secundaria inconclusa, drogas, pésima reputación en el barrio, robo de un objeto religioso, más broncas. Mientras los cuatro hijos de la familia se portaban como angelitos, el adoptivo realizaba estropicios por todos ellos juntos y más. Ahora recibían una noticia que era como una boleta de mala conducta que tarde o temprano iba a llegar: alguien de la familia debía ir a la morgue del hospital Loayza para reclamar su cuerpo, pues se había matado con su propia arma, la misma arma grande y pesada que dió a guardar a su prima Karín las pocas veces que visitó a su familia en la casa de San Juan de Lurigancho.Ella quiso disponer los servicios mortuorios. Llevó a la morgue un polo de la U porque creyó que era lo justo, un jean y una camisa que halló por allí, refundida, pues Misterio se había mudado hacía veinte días al cuarto de la calle Mello Franco, en Jesús María, llevándose casi toda su ropa, diciendo que la barra iba a pagarle la habitación, en medio de una sensación de estar yendo por fin a un lugar donde nadie le reprocharía sus horarios de lacra social.De hecho, siempre se las había ingeniado para disfrutar de libertad. Trabajó desde muy pequeño para comprarse su propia ropa, como si la dignidad y el orgullo fueran cualidades innatas, algo que no le dejó volverse un niño tímido, que lo hizo, al contrario, un muchacho resuelto. Nacido para la calle, donde estaban los negocios y la vida.La niñez de Misterio o Percy Rodríguez Marchand, como lo bautizaron sus padres, no fue muy afortunada. A los diez meses de nacido su madre murió de un triple paro cardiaco. Le habían recomendado no procrear, pero la joven de veinte años corrió el riesgo. Al poco tiempo, su padre lo abandonó. La familia de su madre se hizo cargo del bebé. Percy se crió con sus tíos como quien vive en un hogar prestado. A pesar de que toda su familia simpatizaba con el equipo de Sporting Cristal, especialmente su padrastro, trabajador de esa compañía cervecera y favorecido con acceso gratuito a los enfrentamientos del equipo celeste, al niño le bastó una vez el juego de Universitario de Deportes para convertirse en un vehemente hincha. La U no era un equipo frío, calculado, sino lleno de pasión y sentimiento. Esas cualidades lo marcaron, recordaba Misterio. A los diez años se escapó del colegio para ver jugar a su equipo en el Estadio Nacional. Siempre se las arregló para no pagar el ingreso. Por las buenas o las malas. Hasta que la policía lo capturó una vez con mil entradas. Tenía doce años. ¿Cómo las consiguió? Su familia lo trasladó a un colegio religioso, pero no tardó en ser expulsado.

Durante unos meses fue jugador de fútbol y su ímpetu más que su virtuosismo lo llevó a estar en el equipo de reserva de Universitario, pero la detección temprana de un soplo al corazón lo hizo renunciar al juego profesional.
Misterio empezó a jugar por la U en otro tipo de canchas. Conoció los hinchas de barrios más aguerridos, El Agustino, El Rímac, y se hizo conocedor de sus maniobras. Se ganó el respeto desde que le sacó la mierda a un pavo, apelativo que reciben los fanáticos del Sporting Cristal, que se atrevió a gritar gallinas a su mancha que tomaba sol en una esquina. En un día memorable, conoció a los fundadores de Trinchera Norte, un grupo de hinchas con antecedentes que surgió en 1988 como reacción ante la pasmosa mansedumbre de la Barra de Oriente de la U, que jamás enfrentaba a los comandos aliancistas, dando sustento a su apodo de gallinas. Hizo suya su consigna: defender el honor crema a cualquier precio.
Pero pronto conoció la decepción. Le molestaba hablar de eso, pero no desconocía los manejos corruptos de los dirigentes de la barra. Cuando tuvo la oportunidad, presentó su postulación a la dirigencia de la organización juvenil. En 1997 consiguió ser elegido presidente de la Trinchera Norte, con un notable apoyo. Su entusiasmo en la presidencia contagiaba. Su bondad sorprendía. ¿No era él quien pedía dinero a los jugadores del equipo crema para que la barra famélica tuviera qué comer en las horas previas a los partidos? Soñaba con quitarle la fama delincuencial. Sólo soñaba. Porque las calles, luego de los partidos, eran campos de batalla. Si no te defendías, te masacraban. Además, la gente inevitablemente quería bacilarse y no siempre había plata para hacerlo. Y el dinero a veces estaba en los bolsillos equivocados.Karín encontró el cuerpo desnudo envuelto en una bandera crema. La Trinchera ya se había ocupado del cadáver. Pidió al hombre de la funeraria que vistiera a su primo muerto. Pero tuvo curiosidad. Examinó las heridas. Tenía el ojo izquierdo negro y un agujero de entrada detrás de la oreja y otro más hacia el extremo opuesto del cráneo. El hombre atractivo, viril, que había sido su primo lucía indefenso en un ataúd. Pese a su fama de mujeriego, mantuvo una relación de siete años con su enamorada Giovanna, también de Mangomarca. Planeaban casarse. Percy se había comprado un juego de muebles, una cocina, un vhs y un juego de comedor. El dinero que ganaba en la Bolsa de Valores, donde había aprendido a pasar acciones para ganarse el pan, era lo mejor que había recibido de otras manos en su vida. Antes se había roto el lomo como mecánico de la empresa cervecera Backus y había quemado suelas como vendedor callejero de libros y cadenas de fantasía. El progreso le llegaba a los veintiséis años en forma de electrodomésticos, cable, una Taurus calibre 38.

Le faltó la moto.Karín estaba sorprendida. Veía largas colas de chiquillos estacionadas ante la casa durante el velorio, adolescentes que lo lloraban sin consuelo, cantándole a coro Misterio vive en mí, Misterio vive en mí, Misterio vive en mí, era para lagrimear de pena y de emoción. Pena y emoción exageradas cuando unos jóvenes, inspirados por algo inexpicable, sacaron la tapa del ataúd, abrazaron el cuerpo rígido de Misterio y le pusieron el polo crema de la barra de Agustinorte y, cuidadosamente, una viscera con el emblema de la U; la familia dejándolos hacerlo, como si el muerto no fuera de ellos sino de todos esos muchachos alcoholizados que moqueaban sin consuelo como si se les hubiera muerto el papá.
Dos días velándolo. Karín seguía sorprendida. Se acordó que la única vez que vio tanta gente en casa fue cuando Misterio cumplió veinticinco años. Hizo una anticuchada, llegó toda la Trinchera y ella, buena negociante, vendió cuarentaiocho cajas de cerveza. Al siguiente día misa de cuerpo presente en el estadio Lolo Fernández. El cura oficiando seriote y profesional. Luego, la vuelta de despedida al gramado, los huérfanos colgándose del cajón, coreando no se va, no se va, Misterio no se va. Pero la familia angustiada porque el entierro pagado por un canal de televisión en el cementerio Parque del Recuerdo estaba programado ese mismo día para las cinco y ya eran las cuatro y cuarto de la tarde, y la chiquillada no dejaba subir el féretro a la carroza para que su cabecilla no terminara de despedirse. Engañándoles el lugar del sepelio, porque no había espacio para tanta gente en el camposanto. Finalmente, el cajón descendiendo despacito al fondo de la fosa en olor de gloria, amigos cubriendo el ataúd con una bandera crema de quince metros y gorras y flores. Para el líder muerto por una temeridad y por una estupidez.
Duda cruel cruzando las cabezas de los familiares. ¿Alguna vez tendremos nosotros un entierro así?

2 comentarios:

Luis Lecca dijo...

misterio siempre fue un idolo y se le sigue siguiendo aunke ya no este con nosotros el siemppre esta con la merengue apoyando a la U desde donde quiera que se encuentre.... Misterio no se va no se va, Misterio no se va.
Aproposito esta redaccion esta muy buena explica muchas cosas que no quedan claras y bueno sigan adelante y que viva la U carajo

Unknown dijo...

Misterio es Misterio caUsa pero el 100pre vivira en nuestros corazones m acuerdo cuando bajo en varias oportunidades a Chiclayo o los k penos se peleaban por recibirlo...!!! QPD Misterio no se va....!!! - Moncho -