lunes, 16 de agosto de 2010

Pinturas de Walter Toscano

El oro del gato

Visitante

Clandestino

Alguien como yo

La siesta

Hombre

Una canción para el viento

Vendrá la luna y tendrá tus ojos

Voladores


Walter Toscano: Artista Plástico, caricaturista, historietista y poeta a tiempo completo. Ha colaborado con poemas, cuentos,ilustraciones, historietas y caricaturas en la revista literaria:GRANIZOLUNAR. Dirige Piel de camaleón editores y la Revista Literaria Piel de Kamaleón, desde donde difunde y publica el arte joven y la literatura actual. Como Artista Plástico ha realizado exposiciones colectivas en Perú y España, desde 1993. Y tiene en su haber premios y menciones honrosas en Pintura. En Poesía ha obtenido premios, tales como: Primer Premio en el "IX Concurso de Poesía Francisco Xandóval Bustamante" en Perú, en el 2003. A finales del 2004 obtuvo una Mención Especial en el " I Concurso Latinoamericano de Poesía Almafuerte" en Argentina. En el 2005 obtuvo el Primer Lugar en el Concurso Interno de Poesía "Rosa Poética" propuesto por el foro. Poemas suyos aparecen en: www.loscuentos.net(kaminantelunar); www.lacasadeasterion.net. En caricatura, aparece en: www.humoralia.org. Finalista en el concurso mundial de caricatura "Austrian Cartoon Award-2008". Su trabajo finalista apareció en la prestigiosa pàgina virtual: www.irancartoon.com. --E-mail: smorto_subte@hotmail.com

martes, 19 de enero de 2010

Nuevas baladas de la piedra



Juan Pablo Mejía


Canción para mi ojo derecho


EL CENTRO de la ciudad
habita
mi ojo derecho.

Toda la noche
su marea estelar
enjaula los temores.

El tiempo es en mi cráneo
una hoja que danza
sobre la piel oblicua del viento.

Tan pronto haya cesado la lluvia
en las galerías del pensamiento
descansaré.



Nueva canción para Auriel



LA BRISA marina lava tu cabellera, Auriel.

Los árboles marchitos son bellos
para los pájaros silvestres
que abatidos por la fe
se dicen oraciones al oído
mientras se precipitan a tierra.

Pero los he querido oír, Auriel.

He prolongado la noche
para verlos deambular
desnudas las manos
y en la frente
una señal constante de ceguera.

Ahora danzan con cada palabra que escribo.

Pero sus voces ya no se oyen, Auriel
no llaman más a mi puerta.

tomado de "Balada de la piedra que canta"

Poesía bicéfala

Wilver Moreno Tineo

Ceguera

Este espejo no es mío. No son los ardores los que me impiden tocar el centro. No soy yo el que cae como animal nocturno ni mi cuerpo el que se estira como reptil. Yo no veo. No siento más dolor ni más afecto. No escondo nada bajo las arrugas de mi piel. Tengo sólo las uñas laminadas y los ojos duros como cristales.


Descenso

Abres tu boca y entra mi dedo inmensa tu boca se abre y yo entro completo primero mi dedo luego mi mano mis dos manos mis cabellos mis hombros mi cuerpo entero tu boca inmensa me contiene tu noche negra y clara pura y pura sobre todo tu boca inmensa que se ocupa conmigo tu lengua moviéndome juega con mi cuerpo cada vez más ínfimo más residual tu cielo se eleva tu conducto se abre mis ojos se ciegan siento atravesar tu cavidad interna siento ser destilado a mi estado real tu cuerpo inmenso lento y hermoso llenándome de jugos celestiales me consume y me excreta y yo caído y glorioso me disipo en luz gracias a tu digestión oh evanescente sensación quise desprenderme del cuerpo que tengo y terminé sumergiéndome en él
tomado de "Detritos"

Poesía de Gladis Mendía


el alcohol de los estados intermedios

el tiempo está en guerra por violencia pura por saberse infinito y libre transmitiendo en todos los canales simultáneamente el tiempo es dios es el asma que arde sí hay parpados en los estados intermedios el asma es parpadeo como eslabones liquidos llovemos a veces se encuentra miel en algunos ojos pero la miel es el alcohol del incendio
tomado de "el alcohol de los estados intermedios"


SEGUNDO PELDAÑO

Turbaciones
Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa

Santa Teresa de Ávila

hermanas
esta náusea no se quita
miro alrededor y nada
de nuevo todo está oscuro

cuándo se acabará esta noche
cuándo llegará el alba
hermanitas siento mareos de abismo

ayer encontré serpientes bajando las escaleras
tropecé con ellas
caí
era un hervidero al caer tapé mis oídos
y escuché una voz

pienso salir del castillo
la voz insiste que no lo haga

esta voz es tan dulce
susurra que deje de andar por castillos ajenos
que afuera no hallaré paz

tengo sed
tengo hambre
pero esta sed
y esta hambre no se quitan con pan y agua

hijitas
en ocasiones me busco
y no me hallo
ando derramada
como charcos por las escaleras

paz
me dice el dulce susurro
pero cómo
tomado de "El tiempo es la herida que gotea"

lunes, 15 de junio de 2009

Poesía simbólica


Mirko Espada Solís

AYER-HOY

(Ayer, Hoy
Como Siempre, como antes
Las tinieblas envueltas de sabanas santas
Nublaron el nirvana en lobreguez-lamento.
Ayer, Hoy
Como antes, como siempre
Ah crecido la fogata apagada
En duelo-llanto)


Ha llovido hoy
Haciendo un sepulcral sonoro
Que rompieron del universo, sus cristales ladinos
Pero han sembrado en la tierra
Sus semillas aciagazas.

Ha garuado ayer
Haciendo un pasado vivo en marionetas longevas
Que provocaron tristes lagrimas en vaso de vidrios rotos
Y de a poco el ancho ajeno es de águilas pacas.

Ha llovido hoy,
Ha garuado ayer,
Y las mismas ciñas arrasan el manantial
Con royas mortíferas, como si fuese una fiera maldita.

Como antes, como siempre
Han atacado a la Bendita.



POEMA XIX

Llueven,
Tan grandes gotas de fuego
Lagrimas que nunca se acaban.

Lloran,
Los cielos de los llantos escondidos
Mientras que una luz se pierde en el camino.

Gritan,
Las aves de plumas viejas
Pidiendo solo ayuda del sol de la paz.

Andan,
Las hojas tristes y bien secas
Por un camino de oscuridad y maldad.

Ríen,
Los muertos que viven con el sufrimiento
Se alegran porque no tienen sentimiento.

Bailan,
Las sombras negras
Caminando por sitios de piedras.

Saltan,
Los ojos de las aves muertas
Llenos sus plumas de filudas espinas.

Pisan,
Los suelos llenos de clavos
Gritan y lloran, con una voz muerta.

ANIMAL

Un animal, asesina mil hombres
Por año
Un mal fina se ríe de los daños.

Un ser pensante, observador
Sabe de la vida, depredador
Se ha convertido en todo los años.

Un animal no razonable, débil
De la vida, perdida de la humanidad
Que se rompe como un cristal frágil.

Un bien sepultado bajo la tierra
Junto con la mala fiera
Siendo desterrado del abusivo humanitario,
Tantas lágrimas amargas han formado ríos,
Caudalosa a la tierra impura
Húmeda a los huesos fríos
Congelado a la mano dura,
Un animal razonable, pensante
Tan caído sin senda a su diestra
Oscuro sin luz el vacío,
Tantos hombres han asesinado
Ese animal sin martirio.


LA OJERIZA

(Tras mi envejecimiento lento
Cargo un saquito de mortal llanto
Que se mece en ese árbol de mi cuerpo taciturno)

El viento revolcándose
De mi agonía seca.
La alegría mojándose
De mis lagrimas muertas.
Fomentaron a mi voz
-En pecado umbrío-

(Mi cuerpo encono, fuerte en lo débil
Que acompaña al devaneo ojeroso
Que tintinea a la nirvana de mis labios tristes)

El lloriqueo juega
Con la flama rojiza
Que no alumbra ni alumbra.
La risotada se esconde
De los cosquilleos ajenos
Que no siente ni siente.

(Tras a mi acabado alegría,
Existe en su núcleo:
La ojeriza de la muerte feliz)


lunes, 4 de mayo de 2009

Dos poemas de Efer Soto


Efer Soto

HOTEL TREBOL

Estábamos en el hotel mirando el techo blanco,
tal vez esperando a la Muerte
un terremoto, un meteorito,
que un planeta impactara con la Tierra
y de una vez acabara con la raza humana, no sé.
Desamparados como dos aves bajo la lluvia
a pesar de que la ciudad ardiera por el sol,
fue cuando me sentí por primera vez poeta.
No está bien decirlo, pero es lo que pasó.
Tal como Roberto Bolaño y Lupe en el hotel Trebol
escritor Chileno y su amante de 17 años.
Conversábamos, y ella escuchaba atenta
mis confesiones de amores perdidos,
mis pensamientos cobardes de suicidio,
mis días febriles de estudiante,
pero era demasiado, ella necesitaba desfogar.
Entonces me contó sobre su hijo.
Había quedado embarazada a los quince
pero a diferencia de Lupe,
ella había tenido la valentía de “parirlo”
y desprenderse de su amor
para obsequiarlo a una buena familia.
Fueron sus palabras.
Era muy extraño el techo del hotel,
posiblemente
fijar la vista por mucho tiempo
y confesarse a la vez
podría llevar a cualquiera al suicidio,
fue lo que pensamos y entonces
usamos los cuerpos para callarnos.
No era otra cosa.
Era el amparo.

NO VOLVERÁ

Recuerdo con ternura las maravillas de mi infancia,
cuando recorría los prados acompañado del canto fino de una orquesta de aves que alegraban el día.
Recuerdo los platanales, las papayas, los cañaverales y los enormes campos de cebada que bailaban con el viento bajo un cielo azul, adornado por el sol dorado que cruzaba con tanta envidia de la belleza de esa tierra.
Pero, la voz que surgía del suelo me decía
-a esta hermosa tierra no has de volver más que a tu descanso eterno.
Mas no se trataba de un regreso físico porque todo ello pronto acabaría por la irresponsabilidad humana, si no, de un regreso a su edificación en algún lugar de la memoria.

Poemas de Roy Dávatoc


Roy Dávatoc

Tocan la puerta.

Tocan la puerta; mujer,
la puerta que nadie atiende hace años,
la que tiene bolsillos como los pantalones
y late condenándose cuando te ausentas.

Tocan ocultos con el amor de dos niños
mientras la tarde cae celosa
con lluvia de palomas,
prisionera de amargura y de distancias.

Pero entre tú y yo
solo existen segundas criaturas;
todas en puntillas junto al muro,
con hilos negros sobre las faldas.

Y ahora
que todos los desánimos se han marchado,
se quedan contigo mi alma
mi voz
y mi palabra.

Inocencia.

Debe hacerse la luz para nosotros
mientras los demonios consumistas
están durmiendo
entrepernados
en sus butacas de cuero fino; le dije.

Me lanzó una mirada indecisa
y frunciendo en ceño
se alejó a servirse un poco de tequila.

Me dijo que él no tiene altar ni patria
y no espera inmolarse
por un sudario que no es el suyo,
pues cree que al final
hasta las estrellas sangran en compañía de los pétalos sin luz
cree que el rocío
es el nombre de una mujer que le gustaron las flores.

Hay algo...


Hay algo en el temblor de tu discreto carmín

Walter Lingán

Este es un intento más de empezar a escribirte y no sé cómo hacerlo. Quizá deba saludarte primero con un elocuente Te amo, mi princesa. Te amo, mi reina reinante. Quizá decirte cosas directamente como que Me gustan tus pechos dulzones, que Me transtorna la densidad enmarañada de tu matita ensalvajando tu sexo, que Enajena mis sentidos el vibrar de tus caderas o el roce de tu tanga bajando por tus muslos. Tal vez sea mejor decirte que en estos días la figura más constante que he tenido de ti es la de una muchachita de mirada palomilla entre distraída y penetrante, de labios rosados proteícamente provocantes que de pronto se tornan sonrisas tenues, suaves, élitros en medio de un rostro que arrastran sin embages a soñar contigo envueltos en las sábanas de tu piel.

Una chica con una minifalda azul y unas piernas soberamente estupendas está junto a mí en al estación del bus situada casi a la salida del hospital. Me inquieta su nerviosismo, el constante mira-mira a su reloj como quien dice sin decir nada Estoy tarde, díos mío. Carajo, voy a llegar tarde. Ese deambular desesperado me recuerda nuestro primer embarazoso encuentro en el aeropuerto. Tú sonrojando ante mis ojos coquetos que te tragaban, que te desnudaban y se metían en tu alma como un taladro sediento. Ese beso urgente y necesario entre frutas y alimentos empaquetados que exhibía el supermercado y que aumentó el rubor de tu rostro y el temblor de tu carne. La muchacha gira, mira una y otra vez su reloj. Tengo la sensación que quiere marcharse, dejarme solo en el paradero, sin embargo se queda, como si tuviera los pies pegados al pavimento o le pesaran algunas toneladas.

Y si se fuera, me pregunto, yo no podría ir tras ella, me contesto, más bien pensaría en ti, me pondría a imaginar como la noche traga tu figura. Pensaría en la lejanía, en los miles de crecientes kilómetros que nos separan. Evocaría la ciudad donde habitas y sus calles arboladas y casi vacías. Claro, yo tampoco podría irme, imposible largarme sin ti, mi reina, mi vida, los lobos de la noche me devorarían. Tú eres mis salvoconducto en las fantasmales oscuridades. Por eso tengo el deber ineludible de decirte que tú eres mi muralla defensiva, la mano que levanta mis esperanzas, la luz que se hincha al final del túnel. Es que tú eres, sin duda alguna, la mano que encenderá la luz de la esperanza en los albas venideros.

Los minutos corren a razón de sesenta segundos de deseos voluptuosos y se hace tarde, anochece velozmente en mi corazón, aunque creo que no es tarde para amarte, nunca será de noche para decirte en el oído que eres la flor que cultivo en el jardín de mis sueños, que soy el jardinero que cuida y alimenta el rosal de tus besos y caricias. Además, aunque me digan que es ridículo, un tanto melodramático declararte mi amor, enviarlo en los susurros del viento, en el eco de la lluvia que ahora cae y me moja el cabello, te amo más allá de las cordilleras, de los desiertos, de los ríos y en el lugar más claro de la luna. Y aunque el frío me reduzca a brisa mi voz está contigo en el bus que te lleva a casa luego de salir de tu trabajo.

En el gimnasio la gente entra y sale, a pesar de los sudores no hay efluvios malignos. Terminada mi sesión de ejercicios, me cambio lentamente, pero sin llegar al exhibicionismo de algunos que se desnudan y caminan hacia la ducha con aires marciales de tener buen culo y un sexo envidiable. Salgo a la calle y el cielo sigue llorando inconsolable. De pronto una tristeza enorme me atraviesa hasta los huesos. Otra muchacha, envuelta de negro absoluto, camina a mi lado. Miro sus zapatos, sus tobillos, intento adivinar el arco de sus caderas y el bamboleo de sus senos. Sus ojos miran a uno y a otro lado, pero no me miran, no ven que yo la miro con curiosidad. Entonces me asalta tu mirada, me trepan tus besos sin escalas ni parametrajes y silvo los gemidos de Yo te amo... yo tampoco, Je, t’aime, princesita. Te veo bajar del bus y caminar distraída por esas calles semioscuras que te llevarán a casa.

Bajo las escaleras que me conducen al subterráneo donde queda la estación del tranvía. Miro el teléfono móvil y me cercioro que nadie ha llamado ni ha enviado un mensaje. Una muchacha baja apurada haciendo retumbar los metales de las escaleras con sus tacones. Entonces tengo deseos de tener tu blusa con el escote más atrevido, tus pantys más sexys, tu tanga más exótica y diminuta, tu falda con el corte lateral para mostrar la firmeza erótica de tus muslos y también se me ocurre ponerme tus zapatos con los tacos más agudos, cruzar mi pecho con tus sostenes a manera de cananas y pintarme discretamente los labios con tu carmín preferido. Y claro, quisiera pedirte permiso para serte infiel, o sea, amar a tu sombra, a tu recuerdo y a esa mujer que en ti aún no he descubierto o que me sorprende cada vez que nos encontramos. Después escribir algo así como que soy el muchacho malo de la historia, el que fornicó con tres mujeres y le sacó cuernos a su mujer. Pero viene el tranvía y olvido estos antojadizos anhelos y pienso en tu boca, en tus besos, en el sabor de tu cuello y el perfume de tus cabellos.

Me siento y a los pocos minutos ya estoy cabeceando, aunque el instinto me mantiene alerta para no pasarme de paradero. Siento la pesadez de los párpados. Pienso en tu sexo y sonrío, ah, me toca bajar. El viento barre la calle y la suave lluvia escarcha mi cabeza. Me duelen los pies y cuanto quisiera calzar tus graciosas zandalias de casa. También deseo hacer pis y acelero el paso, mis zapatos resuenan en las calles mojadas sin el habitual zapateo de cientos de transeúntes. Ya en casa voy corriendo al WC. Qué alivio expulsar los orines como un chorro humeante que estabas estancados en la vejiga. Me pongo cómodo, no sé si beber un té frente a la televisión o frente a la computadora. Finalmente decido escribirte, o por lo menos, volver a intentarlo para decirte que te extraño, mi conejita más amada.

A duras penas logro abrir mi pecho, mi alma es una loca campana llevando en sus sonidos mi mensaje. Te digo que respiro tu valor y bebo la fe tuya en el hueco de tus manos. Me alegro saber que despiertas amándome como yo te amo, que eres la amiga que me comprende sin restricciones, la mujer que me ofrece refugio cada vez que mis fantasmas me persiguen, la amante que arde en todos mis deseos, la esposa que me ofrece su hombro en el instante más oportuno, la novia que me envuelve con los paños de su tierna timidez, la prostituta que se aviene a todo el arsenal de mañoserías con la dulzura de las noches más calientes.

Ya no encuentro más palabras ni adjetivos para decir con mayúsculas cuanto te amo o decir simplemente ICH LIEBE DICH princesita mitad ángel y mitad demonio. Warmi, ¿imatataq mosqokuranki chisi? Yo siempre sueño contigo sonqito.

Dos poemas desde Cañete


Erick Sarmiento

TRANSEUNTE INCORPORADO

Llapantan ccahuany, lo veo todo,
Y lo que no, lo siento,
Lo siento en los poros saturados de escombros:
Aliviados de una pena injustificable
Cruzan umbrales desolados, compungidos,
Adentrándose en silencios voluminosos, taciturnos.
Exponen secuelas hirvientes, monótonas:
Acelerando sus figuras anoréxicas
Con un rayito de esperanza.
(A lo lejos todos somos invisibles)
Al final, el mismo susurro de suela
Sigue rondando en mi cabeza.


AL MEDIO DIA

Los olores copulan al medio día
La carne es envenenada, olvidada y estirada
Al medio día.
Al medio día la brisa les devuelve
Su recuerdo azulado.

-todo es un loquerío-

Las moscas no distinguen nada
Y los metales siguen siendo acariciados
Como a una madre.

Breviario


El ave
Alberto Zelada

Descendió del cielo como respondiendo a un llamado. Nadie sabe de dónde apareció. Pero al mediodía ya estaba allí haciendo su sombra espiral y encerrando cada vez más a Nicolás que, tendido en medio de la plaza, no se percató de su presencia.
Trazó los últimos círculos y se detuvo cerca al cuerpo. El hombre parecía dormitar. Un periódico ambarino cubría su rostro del furor de la canícula.
El ave dio unos saltitos y examinó la escena. Sus ojos de negro brillante escrutaban a Nicolás que parecía inmóvil. Meneó la cabeza. Erizó las pequeñas plumas de su nuca y abrió las nocturnas alas. De pronto, con toda la majestad de saberse dueño de la situación, tronó con su voz.
Le vi acercarse. El hombre seguía quieto. ¡Nicolás!, grité.
Con algo más de confianza, el ave se le acercó. Yo sentí un escalofrío. Como si temiera lo peor.
Una ráfaga de viento se llevó el periódico y descubrió la faz de un hombre viejo. Una expresión cortada se dibujaba en su ajada tez. El ave se encaramó sobre su pecho.
Nicolás, Nicolás; despierta de una vez. Mira que estoy lejos y no puedo hacer ya nada por ti.
Entonces yo, Nicolás Ariaga, tuve que presenciar cómo le iban sacando los ojos a mi cuerpo muerto.

Alberto Zelada. Pacasmayo, 1977. Radicado en Trujillo. Es ingeniero mecánico. Publicó en la plaqueta Equinoccio. Es miembro del grupo “Legion” de Trujillo. Ha publicado también en las revistas Remolinos y Reflejo.

domingo, 19 de octubre de 2008

Haikus o poesía japonesa


Haikus

Paul Quispe

I

Larvas se abren
los plátanos las miran
con gran envidia.

II

Paloma muerta
¿dónde debo entregar
estas dos cartas?


Paul Quispe. (Huamachuco, La Libertad 1986). Primer Premio de Poesía Ciro Alegría 2007, Segundo Premio Nacional de Cuento Germán Patrón Candela 2005, Tercer Premio de Cuento CONALL 2007. Dirijo Piel de Camaleón Editores y la Revista Literaria Granizolunar.

viernes, 17 de octubre de 2008

Narrativa andina


Algo menos que un perro

Sócrates Zuzunaga Huaita

El primer recuerdo que tengo de él son sus ojos acuosos atiborrados de paisajes e inclemencias, su boca desdentada y babienta que dejaba escapar gemidos de perrito desvalido, su sombrero gastado y sucio por cuyos agujeros asomaban los pelos de su coronilla como rebelde ichu de puna... Aún me parece estar viéndolo avanzar como un perro apaleado, arrastrando esas sus piernas torcidas e inservibles, ofreciendo a todos esa su expresión de infinito desamparo, aplastándose contra los rincones de la calle...

Desde la plaza del pueblo hasta el principio de la calle principal empezaba a salir la gente para verlo. Entre ellos el taita cura, chismoso y novelero como nadie, bajaba las escalinatas de la iglesia, ostentando su impecable sotana blanca, abombando el vientre, acomodándose los anteojos. “Es un pecador –decía-. Por eso, Dios lo castigo”. Y afloraban las murmuraciones del resto: “¡Dirás nomás, pendejo! ¿Acaso no se cruzó en tu camino?”.

Es que ya no era secreta la cosa.

Corría el cuento de que el Satuko y el taita cura se encontraron, ambos, cara a cara, en la choza de la Constantina Quispe: el uno ingresando y el otro saliendo. ¡Y a la media noche, fíjese usted!.

Es que dizque el cholo antes fue un hombre de juicio cabal, un cholo del carajo, con todas sus pertenencias corporales y mentales puestas en su debido lugar. Y, encima, con una pinta que para qué le cuento. Habían cholas que no podían resistir el embrujo de sus bigotes y su porte y su castellano bien hablado. ¿Qué hembras no pasaron por su debajo? Si hasta la mujer del gobernador mereció ese honor.

Pero, como se sabe, que nadie está libre de las ocurrencias contrarias que suceden en la vida, el Satuko tuvo la desgracia de quedar debajo de una avalancha de piedras, la vez que se construía la carretera del pueblo: quedó con las piernas trituradas y el entendimiento dislocado. Así se convirtió en un despojo humano que se desplazaba por las calles del pueblo empujando su bola de ropas viejas y demás trastos inútiles. Mismo escarabajo él, qué caray. Por lo que lo llamamos: el Akatanqa Satuko.

Algo menos que un perro, el pobre. Poquita cosa, él. Montoncito de harapos y mugre. Ojos legañosos. Sonrisa boba..

-¡Mírelo, allí está!
-¡A qué culpa estará cargando esa cruz!

Los muchachos de la escuela lo acosábamos a gritos; todos, chillando a un mismo tiempo, danzando a su alrededor, tirando de sus andrajos, arrancándole el sombrero para hacerlo desaparecer.... Venía para nosotros la obligación de permanecer adheridos a sus ojos brillantes; y él, que giraba la cabeza de un lado a otro, de rostro en rostro, como un mismo trompo...

En una oportunidad, en el calor del juego, uno de nosotros -hecho del que posteriormente nos arrepentimos mucho- le reventó un cohete en los labios, detonante que iba dentro de un cigarro. Esa vez lo vimos llorar como un animal herido, sorbiéndose los labios sangrantes, profiriendo un gemido musical, tan doloroso y triste, que nos causó horror y repulsión.

-¡Pobre Akatanqa!

Fue aún peor la vez en que se presentó el Donato Taype; borracho empedernido como era éste, se puso a hacerle blanco de sus bromas pesadas: le embadurnó el rostro con excremento humano e hizo trizas sus harapos dejándolo casi desnudo. Al final, hasta como que quiso meterle el pájaro en la boca, entre risotadas y palabras obscenas.

Nadie se atrevió a decir no a ese abuso. Las pocas voces de protesta que se dejaron oír se perdieron debajo de la risa.

Esa noche, mi madre se puso histérica cuando le conté lo sucedido.

-¡Olvídate de él! –estalló-. ¡Todos olvídense de él!
Y lloró como nunca la había visto llorar.

En esos días, pensé que ella lloraba a culpa de tener un buen corazón, encerrada en la cocina, metida entre las mantas de su lecho, dándose lástimas y rezando con profundo fervor a los santos que se velaban en el altar de su cabecera. Pensé que ella lo apreciaba sólo por aquella relación tan simple que trae consigo el ser todos hijos de Taita Dios. Más de una vez, la vi correr hacia el Satuko llevándole un poco de comida en la escudilla del perro. Hubo aún una vez en que lo cubrió con un poncho cuando lo encontró mojado por la lluvia, arrastrándose sobre el lodo de la calle, tiritando y arrimándose a las puertas....

-¡Buen corazón tiene doña Eulalia!
-¡Dizque hasta lágrimas echa por él!

Así estuvieron ocurriendo las cosas hasta que, un día, el Satuko se apareció más aplastado y encogido que de costumbre.

-¿Qué tienes, papacito?
-¿Qué te duele?

Sentado aquí, como lo estoy ahora, recuerdo mis asuntos propios y pienso en lo que ellos habrán de ser en los tiempos que están por venir. Rememoro mi infancia que llega a modo de llovizna continua y me parece estar viéndolo, señor, allicito, en ese rincón de la calle, en momentos en que nos íbamos para la escuela. Y yo que me acerco a él llevándole el encargo de mamá: un pocillo de mate medicinal que él se lo bebe con avidez.

Nadie pudo hacer nada por él.

El mal lo fue consumiendo cada día. Aumentaron sus legañas y su mugre. Sus ojos, ojos de pajarito herido, fueron extinguiéndose poco a poco.

Mi madre continuaba rezando frente al altar de su lecho.

-¡Recógelo ya, señor de los cielos!

Y una tarde, lo encontraron muerto en su covacha de cartones y esteras, más allacito de la escuela, un poco más acacito de las chacras de maíz, junto a la acequia de regadío.

-¡Vamos a verlo!
-¡Dizque está como dormido nomás!

Escapándonos de la clase, nos acercamos a su querencia. Estaba allí, tendido en su macabro silencio, sobre los cartones de su lecho, reposando en una quietud apacible, portando esos sus inolvidables ojos abiertos.....

Había bastante gente a su alrededor. Todos agradecían a la muerte por haberse llevado lo que en nosotros era una herida cotidiana. Cuando retorné a casa, encontré a mi madre llorando frente a su culpa, frente a lo que era ella sin la presencia del perdón, y me dijo:

-Perdóname, hijo mío. No debí ocultártelo. Se trata de tu padre que, al fin, ha dejado de penar...

El sol ya se estaba ocultando tras los cerros...

.......................................


SÓCRATES ZUZUNAGA HUAITA

Nació en Pausa, el 19 de octubre de l954. Es ganador de múltiples concursos literarios a nivel nacional e internacional entre los que destacan el Premio Nacional de Educación HORACIO en l994, l999, 2000, 2007 y 2008; en cuatro oportunidades el Concurso del Cuento de las Mil Palabras de la revista Caretas; Concurso de Cuento “Inca Garcilaso de la Vega” convocado por la Casa de España; Primer Premio de Literatura Quechua de la Universidad Federico Villarreal en cuento (2000) y en poesía (2006); Primer Lugar en el Concurso de Cuentos Infantiles en Quechua de la Asociación PUKLLASUNCHIS del Cusco en el 2000; ganador absoluto del Concurso Nacional Bilingüe de Cuentos WARMA KUYAY en el 2002; Primer Puesto en el Concurso Nacional de Cuento Infantil CARLOTA CARVALLO DE NÚÑEZ; Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuento Infantil convocado por la Editorial SAGSA y la APLIJ; tres veces distinguido en las bienales de cuento Premio COPÉ; dos veces en el Concurso de Narrativa Breve Premio ÑANDÚ; Primer Puesto en el Concurso Magisterial de Cuentos Infantiles de la SUNAT; Primer Puesto en el Concurso de Cuentos del Seminario de Animación a la Lectura Peruano-Uruguaya; Premio Especial en el Concurso literario FESTICUENTO convocado por la Municipalidad de la Molina; Mención Honrosa en el VI Concurso de Cuentos de la Conferencia Episcopal Peruana y en el Concurso de los Viernes Literarios 500; finalista en el Concurso Latinoamericano de Cuentos en Buenos Aires (Argentina), en Puebla (México), en el Premio JUAN RULFO (Francia, París) y en el Concurso de Cuentos HUCHA DE ORO, Madrid, España; últimamente fue distinguido en el Premio Internacional ARTífice de Poesía de Loja (España) por su poemario LUZ DE BARRO (2006)...Ha publicado: Con Llorar No Se Gana Nada, Florecitas de Ñawin Pukio, Recuerdos de Lluvia, Y Tenía Dos Luceros, De Junco y Capulí, Takacho, Takachito, Takachín, Taita Serapio, Tullpa Willaykuna, Zorrito de Puna, Kuyaypa Kanchariynin, Negracha, entre otros…

jueves, 16 de octubre de 2008

El cubismo en Boceli


J-O-H-A-N-N-A









Luís Boceli

El amor es una regresión acuosa.
Nada, flota; soy tu eterno salvavidas ante Todo.


Johanna, acaba de tejer su corazón de quipu a mi alma.
Junta su pecho a mi pecho al contacto del estetoscopio;
nos sentimos infinitos en el futuro del hoy.
J-O-H-A-N-N-A, sintoniza el canal televisivo de mi alma,
me pierdo en los caminos infinitos de su nombre.
Tiene dos ene,
surgen ondas submarinas y radiofónicas al verle,
la última ecuación misteriosa del hombre en lo celeste,
¿qué agujero negro te creó?

J-O-H-A-N-N-A, cuanto amo su masoquismo,
su celestial istmo, su danza del vientre.
La conocí cuando era nada.

Cuando vivía solo y sin nadie que me diga que soy una sustancia de la nada y
esencia del todo universal.
Soy precisamente ello,
querido lector de mi Sistema:
Una hipotenusa en su blusa,
un dado atado de seis a sus labios de ajedrez.

lunes, 13 de octubre de 2008

miradas de piedra



NO DIGAS PIEDRA DI ESTRELLA

César Quispe Ramírez

Sopla para que no seas el mismo animal
que se coloca pliegues marinos
cuando le sube el miedo
en la alteración del pan y las flores
Entre reflejo y reflejo repite las sílabas
y no invoques al fuego
solo sopla y aprende a vivir más cerca del sol
Abre la puerta
y recoge del sueño al ave
que se bate entre las ramas
Inúndate de agua mirando hacia el Sur
Recuerda que tienes los ojos grandes y la piel
crispada
ante los hincones de las agujas románticas

No digas piedra di estrella
No digas llave

di sueño
di hombre
di máquina
di claridad

Descamisa la pulsación de las sílabas
y espera la señal de gracia
o intenta buscar la torre más alta
para pesarte el labio ingrávido

Oye atentamente
el ruiseñor está dentro de ti
con la misma canción
donde el tiempo es casi nada
cuando buscas tu raíz por lo más vulnerable
y escurres por el viento
la embarcación colmadas de paisajes
y hoteles y gaviotas y cuerpos y veranos
y memorias

un poema fresco



LA TARDE ES UNA FRUTA FRESCA

César Quispe Ramírez


Ven como ese verso caliente que consume
a dentelladas los sueños
ven para que en tu pecho broten las rosas
como estrellas
ven a este verano extenso a dejar tus gotas sordas
sobre mis peñas abiertas
Ven y desátame del reloj que ya es mediodía

Afuera la tarde es una fruta fresca
que aletea por la ventana
esperando exprimir su jugo milenario
sobre nuestros cuerpos si se juntan

Desátame para soplar
los ríos las palomas el tibio mar
que emergen de tu piel canela

Dejemos ese ruido de la noche y bebamos
la mejor agua
de nuestros cauces
sin hacernos heridas con nuestros fuegos

Busquemos el reposo como la paloma
busca tus cabellos
para reconstruir su nido
No oigas la campana del día que suena
como un perfume barato
Miremos el cielo y entreguémonos
en sus dedos de pájaro
Solo así podremos lamer la noche
Como animales salvajes

martes, 26 de agosto de 2008

¿Dulce amor?



UN DULCE MAL ENTENDIDO LLAMADO AMOR


por Pedro Lemebel



El chico era guapo, un bombonazo de 20 años que parecía actor de teleserie, de esos figurines masculinos que aparecen en las revistas. Y Lucas era un buen actor conquistando a esa chica mustia que se enamoró de su pelito rubio castaño miel, que al sol daba el mismo viso oro viejo de la tintura Kólestón. Pero los cabellos de colores están de moda, los jóvenes también se tiñen el pelo. Y qué importa, si ella lo ama igual y le salta su corazoncito de tenca cuando lo ve, cuando sabe que va a llegar caminando arqueado con su bluyincito de marca, que le marca toda su humanidad. Con su polerita pegada al talle, como un guante de algodón que empapa el sudor de su guatita, de sus pelitos castaños que se le asoman ombligo abajo. Ella lo ama y no importa más, lo ama incondicionalmente, sin saber realmente qué es lo que le gusta del bello Lucas, el medio mino, tan quebrado en su manera de tomar el cigarro y levantar una ceja a lo James Dean. Y ahora que lo piensa, es igual a James Dean, a Jim Morrison, a Di Caprio, a todos juntos en un solo muchacho de tierno mirar.

Lucas es precioso, y ella una niña simple quitada de bulla, que se extrañó un poco cuando se le declaró, porque de seguro a Lucas le llovían las chicas bellas, de todos los estilos, de todas las edades, de todas partes siempre lo estaban mirando. En la calle, en el cine, en la disco, en el parque, cuando va con ella de la mano las mujeres se dan vuelta a mirarle el culito. Pero Lucas no está ni ahí, porque ni siquiera las ve, y sólo tiene ojos y atención para ella que lo adora, que lo peina, que lo acaricia como a un bebé en sus cálidos brazos. Y a Lucas le gusta sentirse así, amado y necesario para una niña común, una chica que no es fea, es agraciada y simpática, pero todos sus atributos palidecen junto a ese dios nacarado, hermoso como un sol. Y tal vez a todos los hombres bellos les gusta dejarse querer así, dejarse mimar, dejarse regalonear sin hacer ningún esfuerzo en la tranquila balsa del Edipo amor.

Pero una tarde en que ella lo esperaba en su ventana, mirando caer las hojas que alfombran el parque, le pareció distinguir su figura entre los árboles conversando con un desconocido, le pareció reconocer su cuerpo varonil acinturado por el brazo de aquel extraño. Y ya más segura, identificó a su bello Lucas tan contento, tan feliz abrazado a ese hombre, que tal vez era un viejo amigo. ¿Por qué no?. Un compañero de colegio, un vecino de su barrio, un amigote de farra. Total, a Lucas lo quiere toda la gente, que lo saluda, que lo toca, que lo abraza cariñosa. Pero nunca tan apretado, nunca tan cerca, se dijo ella viendo como la pareja buscaba la sombra de la foresta. Viendo como la mejilla de aquel extraño rozaba la de Lucas, buscando su boca, mordiendo su rosada boca en un beso mojado y sin salvavidas. Nunca tan amigos, pensó ella, mientras un velo de lágrimas le enturbiaba el paisaje. Nunca tan amigos, se repitió cerrando la cortina, sabiendo que nunca más lo volvería a ver.

Y de Lucas nunca más se supo. Acaso presintiendo el descubrimiento, nunca más volvió donde ella, la chica descorazonada por aquel mal entendido llamado amor. La chica simple que, al pasar el tiempo, pudo perdonar al bello Lucas, repitiéndose incansable que tal vez ese hombre era un amigo, que eran sólo amigos hombres que se dejaban querer bajo la sombra otoña y bisexual de un parque.

(Este texto esta basado en la canción “Lucas” de Rafaella Carrá)


Pedro Lemebel (Santiago de Chile, 1955) inició su participación activa en el medio cultural de su país en 1987, con el colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis. Hoy, veinte años después, Lemebel es uno de los escritores más notables de Chile. Sus crónicas de temática y atmósfera ligadas al mundo gay en confrontación a las normas sociales, han trascendido las fronteras sureñas para ser reunidas en más de un libro: La esquina es mi corazón (1995), Loco afán, crónicas de sidario (1996), De perlas y cicatrices (1998) y Zanjón de la aguanda (2003); Lemebel también ha escrito la novela Tengo miedo, torero (2002) y el libro híbrido Adiós mariquita linda (2005).
Nota: Agradezco la colaboración del escritor Pedro Lemebel por su generosidad al contribuir con la edición de éste blog, lo cual llena de mucho valor a nuestro arduo trabajo de querer contribuir al crecimiento cultural de éste país.

Un poema a las chicas malas

El poema que acabo de postear saldrá próximamente en la revista de literatura: "los zorros" en su edición número 7. Acá los dejo con el poema:

El encanto de las prostitutas


Teófilo Villacorta Cahuide


¡Y nosotros que palpábamos
el encanto de las prostitutas
con el movimiento frenético de nuestros cuerpos!

Adolescentes éramos
y los burdeles olían a mar, a bonanza.
El perfume sagrado de las cervezas
movía la gracia de estar allí, copulando
con la desbaratada risa de unos labios encendidos
y el sabor de un rancio poema de amor
trágico
como la leche cortada de mi pubertad.

Allí aprendí a navegar
en ese ondular de cuerpos desnudos
que a veces tiene olor a muerte.

Allí encontré la belleza de un instante
el beso ebrio e inconsciente
la paz en medio del jadeo.

Allí, en la incongruencia de amar lo absurdo,
encontré la puerta a la realidad
la sinceridad del alma desnuda
en esos cuerpos que me dieron su goce furioso
efímero
pero marcado por la navaja de la memoria.

Y nosotros, ampulosos, corríamos con el salario
sobre ese piso de espuma olorosa
donde bailaban sin calzón y sin corpiño
reventando de placer en esa túnica alabastrina
que volaba con la música alargada
adherida a nuestra tímida desnudez.

Ese delirio fugaz era el cielo, bajando
con la última gota
de nuestra imberbe secreción.

viernes, 22 de agosto de 2008

EL MISTERIO Y LA FURIA


El líder de las barras bravas se mató jugando a la ruleta rusa

Por: Luís Miranda


Misterio apoyó el revólver detrás de la oreja, tiró del gatillo y se derrumbó en la cama. “No te juegues así. Levántate, huevón”. Los cinco chiquillos que se habían amanecido con él bebiendo en su cuarto de Jesús María sintieron de golpe que el alcohol dejaba de hacerles efecto. Cuando lo levantaron vieron un charco rojo en el cubrecama. No era broma. Misterio se había matado.

Eran las 8:30 de la mañana del sábado 7 de junio de 1997. Estaban celebrando el aniversario de la Barra de Oriente. En el piso se veía restos de pollo a la brasa al lado de un par de botellas vacías de ron Pomalca blanco y un whisky James Martins. Minutos antes, Misterio había sacado del ropero su enorme Taurus calibre 38, que había conseguido hacía menos de un mes. Descargó cinco balas y las arrojó al suelo. Dejó una en el tambor. Los muchachos, de diecisiete a veintidós años, no querían mostrar miedo. En diciembre del año pasado Rukely, miembro surcano de Trinchera Norte y amigo de Misterio, se había destapado el cráneo jugando a la ruleta rusa. ¿Quería imitarlo?Misterio llevaba su foto en la billetera. En sus momentos de alcohol y sentimentalismo inevitable, la contemplaba. Tenía fea borrachera, asegura uno de sus amigos. “A ver, quién es capaz”, dijo, valentón, y se pegó el primer gatillazo en la sien. Sin bala. Él no tenía miedo, carajo. ¿Ellos sí? El arma apuntó el estómago de uno de los muchachos. Hizo click. Otra vez sin bala. Oe, loco, no te juegues así. Orgulloso de su arrojo, Misterio viró el arma contra sí mismo y apretó. El proyectil salió por el otro lado de su cabeza ¿Lo habría hecho a propósito? ¿No notó que la única bala del tambor se había acomodado para matarlo?“Su sueño de toda la vida fue tener una pistola –dice su prima Karín Angulo–. Una pistola o una moto. Le decíamos: si te compras la moto, cómprate también tu ataúd, porque, como era loco, pensábamos que se iba a matar. Pero se mató con la pistola”.
Fue un sueño que pudo comenzar cuando, en octubre de 1995, dibujando con pintura en spray las letras que anunciaban el nacimiento de la barra de Lurigancho, un sujeto que se declaraba hincha del club Alianza Lima disparó desde un automóvil en marcha y mató a Caradura, su mejor amigo, cuando en realidad el proyectil había estado dirigido a Misterio. En el ropero del cuarto que compartía con su abuela, en su casa de Mangomarca, San Juan de Lurigancho, hay una diminuta inscripción: Caradura vive en mí. Está escrita con tinta roja.
O que pudo iniciarse con un deseo de venganza, cuando luego de robarle el polo de franjas azules a un aliancista, dos meses después de la muerte de Caradura, mientras apoyaba a la gente de la Turba en Magdalena en una pelea de pandillas, se agarró a puñetazos con un policía y recibió un disparo a quemarropa. Tuvo suerte. La bala no tocó ni arterias ni huesos. Pero le quedó el dolor del maltrato en el hospital y en la delegación. Y, lo que le daba más rabia, él estaba desarmado.
La noticia empezó a correr de esquina en esquina por todos los barrios peloteros de Lima. Misterio, el presidente de la Trinchera Norte, uno de los líderes más recios y queridos del submundo de las barras bravas, se había suicidado con su propia arma. Desconcertante. Todos recordaban haberlo visto alegrón, vociferante y atareado con las responsabilidades que demanda la presidencia de Trinchera. Realizar coordinaciones con la directiva del club Universitario de Deportes, comprar pasajes para que la barra pueda viajar a provincias siguiendo al equipo crema, repartir entradas al Estadio entre los treintaiún jefes de barras distritales, visitar auspiciadores y, sobre todo, liderar el trabajo más entretenido: la organización de la barra para que sea el duodécimo jugador de Universitario, inspirarla, motivarla con palabras, cánticos y diversas sustancias antes de ingresar al estadio.
También, y ése era el fin jamás oculto de la Trinchera, preparar el frente de guerreros para golpear, patear y escupir a los hinchas de los equipos enemigos. Haciendo esto se le podía ver en su entera dimensión: era un parador nato, un cabecilla que iba a la vanguardia de su gente sin retroceder jamás, capaz de matar por su equipo, su gente, su barrio, si hubiera sido necesario. Por eso lo respetaban.
Lo recuerdo con nitidez. Nunca lo vi riéndose. Me saludó con un breve movimiento de cabeza el par de veces que me lo crucé en la antesala de la revista donde me ganaba la vida. Era pata de uno de los editores. Le respondí igual. Lo veía con más frecuencia a la puerta del edificio, en la reja de la Bolsa de Valores. Pero ahí nunca saludó. Un compañero de trabajo interpretó que él lo miraba con odio. En realidad miraba así a todos. Tenía ojos de loco. Entonces pocos sabían quién era Misterio.Dos muchachos llegaron a la sencilla casa de tres pisos en calle Los Keros de Mangomarca a dar la mala noticia. La familia se quedó muda. ¿Se había matado? Desde que tienen memoria, tía y tío Angulo Marchand sólo habían recibido quejas de su hijo adoptivo y sobrino. Lunas rotas, muros pintarrajeados, fugas del colegio, broncas, rebeldía, secundaria inconclusa, drogas, pésima reputación en el barrio, robo de un objeto religioso, más broncas. Mientras los cuatro hijos de la familia se portaban como angelitos, el adoptivo realizaba estropicios por todos ellos juntos y más. Ahora recibían una noticia que era como una boleta de mala conducta que tarde o temprano iba a llegar: alguien de la familia debía ir a la morgue del hospital Loayza para reclamar su cuerpo, pues se había matado con su propia arma, la misma arma grande y pesada que dió a guardar a su prima Karín las pocas veces que visitó a su familia en la casa de San Juan de Lurigancho.Ella quiso disponer los servicios mortuorios. Llevó a la morgue un polo de la U porque creyó que era lo justo, un jean y una camisa que halló por allí, refundida, pues Misterio se había mudado hacía veinte días al cuarto de la calle Mello Franco, en Jesús María, llevándose casi toda su ropa, diciendo que la barra iba a pagarle la habitación, en medio de una sensación de estar yendo por fin a un lugar donde nadie le reprocharía sus horarios de lacra social.De hecho, siempre se las había ingeniado para disfrutar de libertad. Trabajó desde muy pequeño para comprarse su propia ropa, como si la dignidad y el orgullo fueran cualidades innatas, algo que no le dejó volverse un niño tímido, que lo hizo, al contrario, un muchacho resuelto. Nacido para la calle, donde estaban los negocios y la vida.La niñez de Misterio o Percy Rodríguez Marchand, como lo bautizaron sus padres, no fue muy afortunada. A los diez meses de nacido su madre murió de un triple paro cardiaco. Le habían recomendado no procrear, pero la joven de veinte años corrió el riesgo. Al poco tiempo, su padre lo abandonó. La familia de su madre se hizo cargo del bebé. Percy se crió con sus tíos como quien vive en un hogar prestado. A pesar de que toda su familia simpatizaba con el equipo de Sporting Cristal, especialmente su padrastro, trabajador de esa compañía cervecera y favorecido con acceso gratuito a los enfrentamientos del equipo celeste, al niño le bastó una vez el juego de Universitario de Deportes para convertirse en un vehemente hincha. La U no era un equipo frío, calculado, sino lleno de pasión y sentimiento. Esas cualidades lo marcaron, recordaba Misterio. A los diez años se escapó del colegio para ver jugar a su equipo en el Estadio Nacional. Siempre se las arregló para no pagar el ingreso. Por las buenas o las malas. Hasta que la policía lo capturó una vez con mil entradas. Tenía doce años. ¿Cómo las consiguió? Su familia lo trasladó a un colegio religioso, pero no tardó en ser expulsado.

Durante unos meses fue jugador de fútbol y su ímpetu más que su virtuosismo lo llevó a estar en el equipo de reserva de Universitario, pero la detección temprana de un soplo al corazón lo hizo renunciar al juego profesional.
Misterio empezó a jugar por la U en otro tipo de canchas. Conoció los hinchas de barrios más aguerridos, El Agustino, El Rímac, y se hizo conocedor de sus maniobras. Se ganó el respeto desde que le sacó la mierda a un pavo, apelativo que reciben los fanáticos del Sporting Cristal, que se atrevió a gritar gallinas a su mancha que tomaba sol en una esquina. En un día memorable, conoció a los fundadores de Trinchera Norte, un grupo de hinchas con antecedentes que surgió en 1988 como reacción ante la pasmosa mansedumbre de la Barra de Oriente de la U, que jamás enfrentaba a los comandos aliancistas, dando sustento a su apodo de gallinas. Hizo suya su consigna: defender el honor crema a cualquier precio.
Pero pronto conoció la decepción. Le molestaba hablar de eso, pero no desconocía los manejos corruptos de los dirigentes de la barra. Cuando tuvo la oportunidad, presentó su postulación a la dirigencia de la organización juvenil. En 1997 consiguió ser elegido presidente de la Trinchera Norte, con un notable apoyo. Su entusiasmo en la presidencia contagiaba. Su bondad sorprendía. ¿No era él quien pedía dinero a los jugadores del equipo crema para que la barra famélica tuviera qué comer en las horas previas a los partidos? Soñaba con quitarle la fama delincuencial. Sólo soñaba. Porque las calles, luego de los partidos, eran campos de batalla. Si no te defendías, te masacraban. Además, la gente inevitablemente quería bacilarse y no siempre había plata para hacerlo. Y el dinero a veces estaba en los bolsillos equivocados.Karín encontró el cuerpo desnudo envuelto en una bandera crema. La Trinchera ya se había ocupado del cadáver. Pidió al hombre de la funeraria que vistiera a su primo muerto. Pero tuvo curiosidad. Examinó las heridas. Tenía el ojo izquierdo negro y un agujero de entrada detrás de la oreja y otro más hacia el extremo opuesto del cráneo. El hombre atractivo, viril, que había sido su primo lucía indefenso en un ataúd. Pese a su fama de mujeriego, mantuvo una relación de siete años con su enamorada Giovanna, también de Mangomarca. Planeaban casarse. Percy se había comprado un juego de muebles, una cocina, un vhs y un juego de comedor. El dinero que ganaba en la Bolsa de Valores, donde había aprendido a pasar acciones para ganarse el pan, era lo mejor que había recibido de otras manos en su vida. Antes se había roto el lomo como mecánico de la empresa cervecera Backus y había quemado suelas como vendedor callejero de libros y cadenas de fantasía. El progreso le llegaba a los veintiséis años en forma de electrodomésticos, cable, una Taurus calibre 38.

Le faltó la moto.Karín estaba sorprendida. Veía largas colas de chiquillos estacionadas ante la casa durante el velorio, adolescentes que lo lloraban sin consuelo, cantándole a coro Misterio vive en mí, Misterio vive en mí, Misterio vive en mí, era para lagrimear de pena y de emoción. Pena y emoción exageradas cuando unos jóvenes, inspirados por algo inexpicable, sacaron la tapa del ataúd, abrazaron el cuerpo rígido de Misterio y le pusieron el polo crema de la barra de Agustinorte y, cuidadosamente, una viscera con el emblema de la U; la familia dejándolos hacerlo, como si el muerto no fuera de ellos sino de todos esos muchachos alcoholizados que moqueaban sin consuelo como si se les hubiera muerto el papá.
Dos días velándolo. Karín seguía sorprendida. Se acordó que la única vez que vio tanta gente en casa fue cuando Misterio cumplió veinticinco años. Hizo una anticuchada, llegó toda la Trinchera y ella, buena negociante, vendió cuarentaiocho cajas de cerveza. Al siguiente día misa de cuerpo presente en el estadio Lolo Fernández. El cura oficiando seriote y profesional. Luego, la vuelta de despedida al gramado, los huérfanos colgándose del cajón, coreando no se va, no se va, Misterio no se va. Pero la familia angustiada porque el entierro pagado por un canal de televisión en el cementerio Parque del Recuerdo estaba programado ese mismo día para las cinco y ya eran las cuatro y cuarto de la tarde, y la chiquillada no dejaba subir el féretro a la carroza para que su cabecilla no terminara de despedirse. Engañándoles el lugar del sepelio, porque no había espacio para tanta gente en el camposanto. Finalmente, el cajón descendiendo despacito al fondo de la fosa en olor de gloria, amigos cubriendo el ataúd con una bandera crema de quince metros y gorras y flores. Para el líder muerto por una temeridad y por una estupidez.
Duda cruel cruzando las cabezas de los familiares. ¿Alguna vez tendremos nosotros un entierro así?