viernes, 10 de agosto de 2007

dos cuentos breves para no aburrir


La suerte no es precisamente para mí

Sigo siendo medianamente joven respecto a mi edad cronológica. Son veinte años los que tengo y, siempre he dicho que la suerte es un objeto que no estaba hecho para mí. Siempre solía sentirme solo en mí propio mundo. A veces me sentaba en los bares y me ponía a pensar en algo que me pudiera reanimar, quiero decir algo que realmente me haga sentir bien, pero nunca encontré nada. Una noche del mes de octubre salí de mi departamento que me cuesta algunos cuantos soles al mes. Salí sin dirección alguna; transite por bares, veredas infestadas de mujeres, calles completamente alcoholizadas.
Busque mujeres con quienes pasar la noche. Ellas nunca voltean a mirarme, y si voltean, lo hacen con miradas de aburrimiento. Calladas frente al espejo del bar, fuman unos cigarrillos tan largos como mi desesperación. En un principio no sabia cual escoger, si la mujer blanca con grandes piernas que le estallaban desde sus vestidos, o la mujer morena que usaba brillantes tacones que me hacia ver como un pitufo entre sus piernas. Sentadas ahí, tentaban todas mis ganas de escoger a las dos, pero solo tenía dinero tan solo para una. Tal vez a la otra me la agarraría otro día de febril aburrimiento. Escojo a la mujer blanca con grandes piernas y, dejo a la morena para otro día. Nos sentamos en medio de todas las mesas. No pronuncie ni una palabra. Solo miraba sus tremendas piernas. Sentados ahí, ella me dijo: “me aburres”, entonces entro otro galán y se marcho con él. Siempre supe que me podía pasar una de esas cosas. Ya tenia el presentimiento que pronto llegaría un cruel desprecio. Algún día tenía que derribar a uno de esos jodidos, pero era difícil tener demasiada valentía para enfrentar a estos tipos.
Escuchando las risas pavorosas y perturbantes de las mujeres, veo mi reloj y son las seis de la mañana. Al fondo del bar se escucha una canción que sale de la vieja rocola de los años sesenta. Era la voz de uno de esos tipos de la nueva ola.
A veces me preguntaba cuántas cosas maravillosas me estaba perdiendo. Realmente me he perdido de muchas cosas. Trato de ser conciente de mi fealdad, pero me es difícil dejar de ser un idiota más en medio de la calle llamada perdición.

Juan López Morales



Vesania

Otra vez me sentí como el idiota de la clase cuando me sacaban desnudo al patio de la escuela cada vez que crucificaba la imagen del profesor de literatura en medio de burlas desenfrenadas. Era inevitable el tener que mantener mi boca cerrada. Siempre tenía algo en que contradecir al profesor y, eso era una ofensa contra su dignidad como maestro.
Después de cualquier castigo que se me era impuesto por el profesor y sobre todo por la madre directora del colegio de monjas donde estudie tres años de mi vida, me volvía a sentir como el idiota de la clase. Por supuesto muchas veces trate de quedarme un momento en silencio. Ignorado salía por medio de las filas inalcanzables de alumnos. Arrastrando la vergüenza que se me escurría entre los pantalones color rata. El profesor de literatura y la madre enfilaban sus carros en el estacionamiento trasero del colegio. La madre fumaba. El profesor tosía y reía a la vez. Trate de alejarme de ellos, pero fue inútil. Ambos me decían: -tú te lo búscate, ahora jodete-. Intente seguir a paso largo al automóvil, pero se largaron y, no me dieron tiempo de gritar.
Para olvidar, y dejar de sentirme como el único invecil que era parado desnudo frente de todos los alumnos, intente beber del trago amargo de mi propia derrota frente al profesor de literatura y la madre directora. Sentí que había sufrido un jaque mate perpetuo. Una pieza del ajedrez que había sido derribado tantas, pero tantas veces que ya no me daba ganas de hablar y de reír de la cabeza crucificada del profesor.
Después de mi último día en el patio, han pasado ya más de diez años y, aun recuerdo la mirada de la madre con su cigarrillo y, la cara del profesor que me decían: -tu te lo búscate, ahora jodete-
Decido detener mi auto frente al colegio. Saco la botella de vino a medio llenar y lo lanzo con tanta fuerza que rompí uno de los vidrios del colegio. Me quede estático un momento. Vi que la madre salía con tanta prisa que casi se clavo sobre el pavimento húmedo por la lluvia. Intente reír pero solo dije: - usted se lo buscó, ahora jodase-. La madre solo dijo: -López, es usted-. Arranqué cuidasoamente mí auto y salí rumbo a mi cuarto de alquiler. Volteo por última vez y, me recuerdo en medio del patio de la escuela.

Juan López Morales.

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