viernes, 10 de agosto de 2007

un cuento interiorizado


TEOREMA DE LA VISTA

Es todo un espectáculo verte sentada allí, con tu formal uniforme de trabajo, y tu seriedad habitual, tal vez distinta a tu verdadera forma de ser. Sentí el flechazo desde el primer momento. Sólo bastó la peculiar belleza de tu rostro para dejarme con los ojos desmesuradamente abiertos. No lo notas, por supuesto: tu mente está inmersa en otro mundo y no te percatas de los miles de ojos que se pasean a diario por tu cuerpo. Aunque me resisto a creer que no te das cuenta del estremecimiento que produces en los demás. No es para menos: eres una chica bastante singular: aquí en Chimbote muy pocas tienen ojos verdes, y nuestra piel es bronceada, un tanto oscura, muy distinta a la claridad de tus playas. Al menos a mí me has sorprendido. Tengo que esperar mi turno para poder intercambiar palabras contigo, igual que el resto de tus clientes. Suele haber momentos que se sientan mujeres frente a ti, o parejas, y de seguro no sabes si acuden en plan de trámite o en otro tipo de planes. Si fuera tú desconfiaría hasta del señor que ahora está frente a ti, diciéndote sabe Dios qué cosas. Ya debiste darte cuenta de los estragos que produces a tu alrededor; aunque, quién sabe, entre tanto ajetreo tu sentido de la percepción puede que se haya alterado. ¿Quién lo sabe? Sólo tú. En estos momentos, lo único que se me viene a la cabeza es tu imagen frente a la mía en medio de este escenario vacío, sin ejes ni cerraduras, sin hombres ofuscados de terno azul y chicas displicentes que merodean por los alrededores, subiendo y bajando las escaleras como si algo se les hubiese perdido. Ya lo imagino (me excita de sólo pensarlo): mis labios buscando con lujuria a los tuyos, mis manos en un loco afán de deseo, inspeccionando tus piernas tibias, tratando de sacar de tu boca una confesión un poco más real, aquélla que se oculta detrás de tus ojos. Casi tengo la certeza de que, en el fondo, los hombres últimamente te han decepcionado de manera olímpica. Y no te culpo: también hay ciertas personas que han dejado en mi vida algún sabor amargo. Me gustaría hacer todo lo que se me viene a la mente de una vez, frente a todos y frente a todo; pero no sé cuál sería tu reacción. De repente no te atreves a despertar aún tus verdaderos instintos. Yo ya lo hice, y no es tan malo, créeme. Lo único que fastidia de verdad son las miradas inquisidoras que se estampan sobre ti. Sin embargo, si existe una unión, creo que podríamos superarlo. Lo imagino, repaso esta escena miles de veces, y para mi desgracia, no consigo aún hacerla realidad. Si el mundo pensara como pienso, sería diferente. Pensar y verte en estos instantes es mi único consuelo.
El señor de cabello engominado y barba rala de hace unos momentos se ha levantado de su asiento. Ahora es mi turno. Me levanto de la butaca –sudor frío mirada que tiembla-, doy unos breves pasos –tus ojos me miran: es la oportunidad: debo decírtelo-, me siento delante de ti, en ese escritorio de caoba que se interpone como una gran barrera y, con el corazón en las manos, sólo se me ocurre contemplarte unos segundos y preguntarte, en voz baja, qué es lo que necesita una chica como yo para adquirir un préstamo del banco.

Christian Stephen Ahumada Heredia

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